Carlos Rodriguez
A los más chicos nos
habían separado, uno en cada casa, para que no viéramos. En puntas de pie, casi trepado del muro de la
terraza de mis vecinos Yo, igual vi.
Vi cargar las coronas
en el auto, eran muchísimas con flores blancas y crespones violetas, vi a hombres con trajes impecablemente negros y sombrero en mano cargar el cajón de
madera lustrada, cerrado. Vi el
cortejo larguísimo salir por la calle Martiniano
Leguizamón hasta que se perdió entre las ramas de los árboles. Todo eso vi, aunque no querían que viera, eso y mucho más.
El dia anterior, hacia frio, mucho frio. Hoy después de
tantos años, casi toda mi vida, no se si era el frio o era que ya presentia la
llegada de la helada muerte que me congelaba hasta los huesos. mientras jugaba
con la pequeña Lucia, mi hermana menor, en el patio de adelante, oímos el chillidos de las ruedas de un auto
al frenar en seco delante de nuestra casa, en ese instante la puerta gigante
del auto se abrió y un cuerpo inerte es arrojado en la vereda, corrimos rápidamente hasta la verja de entrada y lo
vimos, era un hombre joven ensangrentado, irreconocible. Unos segundos después, los gritos desesperados de
mi madre le dieron identidad y
reconocimiento. Ese hombre era mi padre.
El yacía tirado en el piso, mi
madre lo abrazaba, lo agitaba y lloraba desconsoladamente, esa imagen tétrica
me acompaña cada día de mi vida, también
me hizo y me hace actuar de una manera irracional ante cada acto de injusticia,
ante cada abuso de autoridad, poniendo en riesgo mi libertad y mi vida. Con el paso del tiempo, se ha tornado incontrolable.
Al instante se
acercaron los vecinos que caminaban en círculos y se agarraban la cabeza sin
entender que estaba pasando. Nosotros tampoco entendíamos, solo atinamos a
tomarnos las manos sucias de tierra y
alguien desde atrás, nunca supimos quien, nos tomó de los hombros para cobijarnos,
mi hermanita lloraba pidiendo por su mamá, a mí las lágrimas de los ojos no me
dejaban ver, no me dejaban entender. No
entendí nada, pase mucho tiempo sin entender.
Tratando de entender, tuve que reconstruir la historia casi
desde sus orígenes, antes de que yo
naciera, antes de que esa cruenta dictadura se apoderada de nuestra patria y
para ello les contaré, lo sucedido unos
cuantos años antes:
Desde que mi padre
llego a Bs.As. desde Suncho corral en
Santiago del Estero, abrazó fuertemente la política, y la participación
sindical. Nunca dejo de militar, cosa que todos nosotros heredamos, nunca dejó
de estudiar aprovechando los programas universitarios del gobierno peronista.
Trabajó de pequeño en la construcción de la estación de trenes de su pueblo
natal y ya en Bs.As. Se especializó en
la elaboración de pan, transformándose en maestro panadero. Gracias a su
esfuerzo pudo traer uno a uno a sus hermanos y hermanas desde Santiago, con la esperanza de construir un
futuro mejor para todos.
Él tenía la certeza
que la construcción de ese futuro estaba íntimamente vinculado con su presente, es por eso
que esa mañana de junio de 1955,
mientras amasaba el pan en “El Seminario
sobre la avenida Emilio Castro,
escuchaba la radio, quería estar al tanto de los acontecimientos
importantes que ocurrirían esa mañana: Los aviones de la marina darían un espectáculo
de acrobacia para todo el pueblo. Pero
la noticia que escucho estaba a años luz de lo publicitado , por un
momento quedó impávido, inmóvil pero rápidamente se quitó el delantal y la
cofia de trabajo, salió a la calle casi
sin aliento corrió el colectivo que lo llevaría al corazón del conflicto, Plaza
de Mayo.
Allí todo era confusión, quejidos y sangre, lo que debía ser
una fiesta cívica, se convirtió en un intento de golpe de estado, los aviones
no realizaron las piruetas esperadas, comenzaron a disparar bombas sobre la
Casa de Gobierno, sobre la plaza donde los transeúntes indefensos
caían como moscas frente a la ferocidad
de los agresores. Él intentó ayudar a los heridos, mientras se armaba una
improvisada resistencia con otros, que como él llegaban para defender su presente, su
proyecto de vida encarnado en la figura del presidente Perón. En eso estaban, mientras las bombas seguían
cayendo y una esquirla le hirió la pierna. Referido a este hecho, cuenta la
leyenda que en la plaza había soldados del ejercito con cañones, defendiendo la democracia, uno de ellos cae herido, y es mi padre el que toma su lugar, y en ese contexto sufre la lesión.
Mientras tanto, mi madre
embarazada de mí, tenía el oído pegado a la radio, tenía la certeza que Carlos estaba allí,
quería atravesarla, meterse dentro de la plaza, quería saber todo pero no pudo.
Solo se quedó allí esperándolo, pero él no llegó.
Lo que si comenzaron a llegar a la casa, fueron coronas de flores, su
nombre aparecía en un listado publicado por el diario de los más de 300
asesinados ese día como consecuencia del ataque atroz de las fuerzas armadas
contra la población civil. Nuestra casa se convirtió en una locura, la familia
que entraba y salía entre sollozos y gritos desgarradores , las coronas que
seguían llegando. En un momento entra
raudamente un compañero del sindicato de panaderos, que había estado
tratando de encontrar respuestas, para no decir, el cuerpo de papá, se afloja la corbata para intentar respirar y que le salga la voz y poder ser escuchado, y comienza a gritar:
esta vivo, esta vivo!!!. La casa se
llenó de algarabía y de esperanza, mi madre abrazó fuertemente a mi hermano
y a mi hermana y
derramó todas sus lágrimas contenidas
sobre sus cabellos.
Hoy puedo sentir que
este evento desgraciado, fue premonitorio.
Entender que eran tiempos difíciles para luchar, por los
derechos de los compañeros, de los desposeídos, que la misma dictadura que te
prohibía hablar de Perón , había profanado y desaparecido el cuerpo de Evita, entraba a las casas a
destrozar los improvisados altares que
veneraban a sus ídolos y molían a palos a los que pretendían subvertir el orden
establecido
Lo que vi ese fatídico dia, ya se
había repetido varias veces casi como un dejavu: llegaba un compañero de
trabajo o el dueño de la panadería, que pedían hablar con mama, ante la mirada atónita de mis hermanos mayores
y entre susurros le decían:” otra vez vino la policía y se lo llevo”. Ahí
comenzaba un derrotero sin éxito por las comisarías de la zona pero el
resultado una y otra vez era el mismo, nada, no estaba en ningún lado. Pero al
cabo de unos pocos días, reaparecia vomitando
sangre y desfigurado por los golpes
recibidos, el soportaba porque era joven, fuerte y sano y porque el sistema
represivo no había perfeccionado su método. Hasta que por fin lo hizo.
Esa tarde, Entre gritos y llantos llega una ambulancia para asistir a mi
padre aún con vida, para sorpresa de todos, entre los enfermeros bajan policías con armas largas, lo suben y
con él, mi madre y mi hermano adolescente, la ambulancia debía dirigirse al
hospital más cercano, el Salaberry ,
pero en cambio comenzó a demorarse, dando vueltas por la ciudad, cuando mi
madre se da cuenta lo increpa al enfermero, no había tiempo para perder, en eso
un policía que los acompañaba munido de
su arma, le dice de manera amenazante y mirando a mi hermano, “señora, quedese
tranquila, recuerde que tiene hijos”. En ese instante ella entendió que
era el fin, que la maquinaria de la
muerte estaba perfectamente aceitada, y que esa ambulancia estaba allí para
cerciorarse que el trabajo estuviera terminado, y asi fue. Esa tarde de 1962,
mi padre muere asesinado por las fuerzas
de seguridad dentro del plan conintes.
Octubre 2019
Rosa Ferri
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