lunes, 25 de noviembre de 2019

Una historia del peronismo. Carlos Anibal Rodriguez


Carlos Rodriguez
 A los más chicos nos habían separado, uno en cada casa, para que no viéramos.  En puntas de pie, casi trepado del muro de la terraza de mis vecinos  Yo, igual vi.
 Vi cargar las coronas en el auto, eran muchísimas con flores blancas y crespones violetas, vi  a hombres con trajes impecablemente  negros y sombrero en mano cargar el cajón de madera lustrada, cerrado.  Vi el cortejo  larguísimo salir por la calle Martiniano Leguizamón hasta que se perdió entre las ramas de los árboles.  Todo eso vi, aunque no querían que viera, eso  y mucho más.
El dia anterior, hacia frio, mucho frio. Hoy después de tantos años, casi toda mi vida, no se si era el frio o era que ya presentia la llegada de la helada muerte que me congelaba hasta los huesos. mientras jugaba con la pequeña Lucia, mi hermana menor, en el patio de adelante,  oímos el chillidos de las ruedas de un auto al frenar en seco delante de nuestra casa, en ese instante la puerta gigante del auto se  abrió  y un cuerpo inerte es arrojado  en la vereda, corrimos rápidamente  hasta la verja de entrada  y  lo vimos, era un hombre joven ensangrentado, irreconocible. Unos  segundos después, los gritos desesperados de mi madre le dieron identidad  y reconocimiento. Ese hombre era mi padre.  El yacía tirado en  el piso, mi madre lo abrazaba, lo agitaba y lloraba desconsoladamente, esa imagen tétrica me acompaña cada día de mi  vida, también me hizo y me hace actuar de una manera irracional ante cada acto de injusticia, ante cada abuso de autoridad, poniendo en riesgo mi libertad y mi vida.  Con el paso del tiempo,  se ha tornado incontrolable.
Al  instante se acercaron los vecinos que caminaban en círculos y se agarraban la cabeza sin entender que estaba pasando. Nosotros tampoco entendíamos, solo atinamos a tomarnos las manos  sucias de tierra y alguien desde atrás, nunca supimos quien, nos tomó de los hombros para cobijarnos, mi hermanita lloraba pidiendo por su mamá, a mí las lágrimas de los ojos no me dejaban ver, no me dejaban entender.  No entendí nada, pase mucho tiempo sin entender.
Tratando de entender, tuve que reconstruir la historia casi desde  sus orígenes, antes de que yo naciera, antes de que esa cruenta dictadura se apoderada de nuestra patria y para ello  les contaré, lo sucedido unos cuantos años antes:
 Desde que mi padre llego a Bs.As. desde   Suncho corral en Santiago del Estero, abrazó fuertemente la política, y la participación sindical. Nunca dejo de militar, cosa que todos nosotros heredamos, nunca dejó de estudiar aprovechando los programas universitarios del gobierno peronista. Trabajó de pequeño en la construcción de la estación de trenes de su pueblo natal y ya en Bs.As.  Se especializó en la elaboración de pan, transformándose en maestro panadero. Gracias a su esfuerzo pudo traer uno a uno a sus hermanos y hermanas desde  Santiago, con la esperanza de construir un futuro mejor para todos.
Él tenía  la certeza que la construcción de ese futuro estaba íntimamente  vinculado con su presente, es por eso que  esa mañana de junio de 1955, mientras amasaba el pan  en “El Seminario  sobre la avenida Emilio Castro, escuchaba la radio,  quería  estar al tanto de los acontecimientos importantes que ocurrirían esa mañana:   Los aviones de la marina darían un espectáculo  de acrobacia para todo el pueblo.  Pero  la noticia que escucho estaba a años luz de lo publicitado , por un momento  quedó impávido,  inmóvil  pero rápidamente se quitó el delantal y la cofia  de trabajo, salió a la calle casi sin aliento corrió el colectivo que lo llevaría al corazón del conflicto, Plaza de Mayo.
Allí todo era confusión, quejidos y sangre, lo que debía ser una fiesta cívica, se convirtió en un intento de golpe de estado, los aviones no realizaron las piruetas esperadas, comenzaron a disparar bombas sobre la Casa de Gobierno, sobre la plaza donde los transeúntes  indefensos  caían como moscas frente a la ferocidad  de los agresores. Él  intentó  ayudar a los heridos, mientras se armaba una improvisada resistencia con otros, que como él  llegaban para defender su presente, su proyecto de vida encarnado en la figura del presidente Perón.  En eso estaban, mientras las bombas seguían cayendo y una esquirla le hirió la pierna. Referido a este hecho, cuenta la leyenda que en la plaza había soldados del ejercito  con cañones, defendiendo la democracia,  uno de ellos cae  herido, y es mi padre  el que toma su lugar,  y en ese contexto  sufre la lesión.
Mientras tanto, mi madre  embarazada de mí, tenía el oído pegado a la radio,  tenía la certeza que Carlos estaba allí, quería atravesarla, meterse dentro de la plaza, quería saber todo pero no pudo. Solo se quedó allí esperándolo, pero él  no llegó.  Lo que si comenzaron a llegar a la casa, fueron coronas de flores, su nombre aparecía  en un listado  publicado por el diario de los más de 300 asesinados ese día como consecuencia del ataque atroz de las fuerzas armadas contra la población civil. Nuestra casa se convirtió en una locura, la familia que entraba y salía entre sollozos y gritos desgarradores , las coronas que seguían llegando. En un momento entra  raudamente un compañero del sindicato de panaderos, que había estado tratando de encontrar respuestas, para no decir, el cuerpo de papá,  se afloja la corbata para  intentar respirar y  que le salga la voz  y poder ser escuchado, y comienza a gritar: esta vivo, esta vivo!!!.  La casa se llenó de algarabía y de esperanza, mi madre abrazó fuertemente a mi hermano y  a mi hermana  y  derramó todas sus lágrimas contenidas  sobre sus cabellos.
 Hoy puedo sentir que este evento desgraciado, fue premonitorio.

Entender que eran tiempos difíciles para luchar, por los derechos de los compañeros, de los desposeídos, que la misma dictadura que te prohibía hablar de Perón , había profanado y desaparecido el   cuerpo de Evita, entraba a las casas a destrozar los  improvisados altares que veneraban a sus ídolos y molían a palos a los que pretendían subvertir el orden establecido
Lo que vi ese fatídico dia, ya se había repetido  varias veces  casi como un dejavu: llegaba un compañero de trabajo o el dueño de la panadería,   que pedían hablar con mama,  ante la mirada atónita de mis hermanos mayores y entre susurros le decían:” otra vez vino la policía y se lo llevo”. Ahí comenzaba un derrotero sin éxito por las comisarías de la zona pero el resultado una y otra vez era el mismo, nada, no estaba en ningún lado. Pero al cabo de unos pocos días, reaparecia  vomitando sangre y  desfigurado por los golpes recibidos, el soportaba porque era joven, fuerte y sano y porque el sistema represivo no había perfeccionado su método. Hasta que por fin lo hizo.
  Esa tarde, Entre gritos y llantos llega una ambulancia para asistir a mi padre aún con vida, para sorpresa de todos, entre  los enfermeros  bajan policías con armas largas, lo suben y con él, mi madre y mi hermano adolescente, la ambulancia debía dirigirse al hospital más cercano, el  Salaberry , pero en cambio comenzó a demorarse, dando vueltas por la ciudad, cuando mi madre se da cuenta lo increpa al enfermero, no había tiempo para perder, en eso un policía que los acompañaba munido  de su arma, le dice de manera amenazante y mirando a mi hermano, “señora, quedese tranquila, recuerde que tiene hijos”. En ese instante ella entendió que era  el fin, que la maquinaria de la muerte estaba perfectamente aceitada, y que esa ambulancia estaba allí para cerciorarse que el trabajo estuviera terminado, y asi fue. Esa tarde de 1962, mi padre muere asesinado  por las fuerzas de seguridad dentro del plan conintes.
Octubre 2019
Rosa Ferri

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