La memoria histórica custodia esa imagen del puente levantado tratando de impedir que la turba ingrese a la ciudad. Se pretendió que no cruzaran el río, pero, de todas maneras, lo hicieron, incluso contaminándose con esas aguas. Llegaron a la plaza del palacio donde está la fuente de agua pura que nutre a toda la ciudad, y en un hecho casi ominoso metieron las patas en la fuente.
Ahora bien, ese cruce simbólico de las aguas contaminadas que hace el peronismo accediendo a la ciudad blanca, lo convierte en un actor político imprescindible que transforma a la ciudad que fue penetrada. Con ese cruce ya no podrá ser ignorado. Pero lo fundamental está en la manera en que lo hace: cuando va a cruzar, están los puentes levantados para impedirlo.
Es la gran ofensa fundacional, esa ofensa inolvidable que condiciona la relación del peronismo con la ciudad blanca. Como hecho simbólico fue un “estamos acá y ya no nos podrán ignorar”
El peronismo representa la gran historia, porque las masas mediterráneas, salvajes, hediondas, anárquicas, irracionales identificadas con las montoneras, con los descamisados, con las villas miseria, con los cabecitas negras, con el subsuelo nutricio, producen un sacudón que condiciona y envuelve a la pequeña historia pulcra, ordenada, luminosa, liberal, articulada por mercaderes y banqueros en el patio de los objetos. Ese sacudón desatado por una tectónicas de placas culturales sin parangón dejó abierta la posibilidad de un cambio y un nuevo camino en las estructuras importadas por la minoría burguesa.
(En base a Kusch y D.Santoro)
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