jueves, 17 de abril de 2025

Subversion epistemológica del estar en Rodolfo Kusch

 

Toda mi lectura de las filosofías no es más que una re-lectura desde Rodolfo Kusch, leo desde Kusch, deduzco desde Kusch, olvido desde Kusch, discuto con Kusch, parafraseo y aprendo de Kusch.
Como sabemos, Rodolfo Kusch nos habla de la filosofía de la América mestiza, de la América parda, de la América hedienta, repensando la filosofía llamada occidental (del latín occidere: muerte, además Europa, cuna de la filosofía, contradictoriamente está situada mayormente en el hemisferio oriental). Eso lo lleva a pensar que no existe una sola filosofía, un solo pensar, una sola lógica derivada, un pensamiento único. En ese sentido es que debemos repensar los orígenes y las fuentes de la filosofía.
La ilustración griega, la ilustración moderna, lo que Rodolfo va a llamar el pensamiento culto, piensa básicamente en el ser y el no ser, entre ser y la nada, entre ser alguien y no ser nadie, estos postulados se corresponden con la lógica del tener, que puede reducirse en el enunciado cartesiano pienso luego existo. Explica el mundo a partir únicamente de la razón, imbricado con el axioma “todo lo racional es real y todo lo real es racional” hegeliano.
“Baste recordar que primero Descartes y luego Kant dieron un fundamento a la cultura occidental cuando convirtieron a la ciencia en un problema del sujeto y no de la realidad exterior o del objeto como había sido con Aristóteles. Lo exterior es simplemente el noúmeno, lo posible y lo técnicamente dominable. De ahí que la cultura occidental sea una cultura sin naturaleza y en ese sentido se opone a la cultura indígena. Es una cultura sin compromiso con el mundo exterior, siempre que ese mundo exterior no sea el hombre mismo”(2003:790-791).
Todo ese paradigma se estructura sobre el argumento, se piensa para no contradecirse, las verdades son certezas. A la filosofía oficial solo preocupa respetar el principio de no contradicción, y el único modo de respetar ese principio es sacar al pensamiento del tiempo, estar fuera del tiempo, sacar el ser del tiempo. Kusch en un cambio más filosófico trae el ser al lugar. La filosofía moderna y contemporánea es una filosofía de la finitud, piensa el ser para la muerte. Para nuestro pensador es una filosofía para la vida, el estar como algo anterior al ser y que tiene como significación profunda el acontecer, la vida misma con los símbolos para encontrar el amparo.
Kusch va a intentar romper, transformar ese pensamiento único, totalizador, certero, hegemónico, homogeneizador, que transforma todo en objeto, por medio de nuevas categorías o conceptos, operadores seminales, aciertos fundantes, símbolos que producen una hecatombe, sorpresa y estupor en los académicos contemporáneos.
Kusch dice que la puna es un exabrupto geográfico, hacer filosofía, también es un exabrupto geográfico. Y lo hace desde el lenguaje popular, desde el lunfardo, desde el quichua, desde los bordes contaminados de la América parda, mestiza, del “pa mí” Es la lengua cotidiana del barrio, que va mostrando las roturas por las cuales a nosotros desde nuestro lugar no nos es posible pensar con los principios de la lógica occidental. ¿Por qué? Porque desde que la lógica y la filosofía occidental nos enuncian el “es o no es”. Desde ese momento la América parda, mestiza, hedienta, india, de los cabecitas negras, queda del lado del no ser. Incrusta así un problema irresoluble al pensamiento culto.
Entonces frente al paradigma cartesiano de pienso luego existo, que revitaliza el ser, le opone el estar, o estar siendo. Imposible de abarcar, dice Kusch, desde las categorías de la lógica aristotélica de identidad, no contradicción y tercero excluido. Su concepción del mundo se basa en la ambigüedad, simultaneidad del sí y del no, la conjunción de oposiciones, el juego simbólico, el acierto fundante, la aceptación del misterio como infinitud e indeterminación, todo cincelando un haz como parte del vivir. Sabemos que realizó parte de sus trabajos en la puna y en el altiplano, allí se impregnó de significados y vivencias de las cosmovisiones de los pueblos andinos, por eso es importante recuperar de algún modo esos sentires que entendemos son valorados por él para sus apreciaciones
El verbo kay en quechua significa ser o estar. En el quechua boliviano se saludan: “Imaynalla kashanki” que significa “cómo estás siendo”. Desde esa concepción, desde la indigencia, desde el residuo, desde la carencia, desde el descarte, Kusch viene a plantear una lógica del estar.
“La del estar, o mero estar del indio americano en un “mundo existencial y vital que no tiene mucho que ver con el mundo real detectado por la ciencia, pero sí con la realidad que cada uno vive cotidianamente” (1999, 270).
Nosotros estamos en este suelo, en esta tierra, en este lugar, desde el pueblo, “noqanchik llaqtamanta kanchik” (nosotros somos el pueblo, en quechua). El pueblo que es un símbolo mítico, que es patria regada en sangre.
Centralmente toda su obra plantea una ruptura con el pensar occidental y la necesidad de un pensamiento americano, culturalmente arraigado en este territorio, el pensar situado (no hay otra forma de pensar) con características propias de cada lugar, basado en una “geocultura” que nos defina y escape a los condicionamientos del pensar hegemónico y nos permitan reinterpretar la historia de nuestros pueblos. Esa historia de la América profunda, que es la historia de la humanidad y no la historia de los últimos 500 años. La pequeña y la gran historia.
Otro operador seminal que utiliza Kusch para desestructurar y cuestionar y ofender ontológicamente al pensamiento occidental es el “hedor”, frente al mito de la pulcritud. La pulcritud y el olfato son conceptos claves para la construcción del aparato ideológico de occidente. La filosofía desprecia la nariz y el olor como objetos filosóficos, entre los filósofos, la desvalorización del olfato es moneda corriente. Kant, por ejemplo, lo consideraba el más superfluo y desagradecido de los sentidos. Se identifica el olor con lo escatológico, con el miedo, el miedo al exterminio, es un sentido tratado como ofensivo, con cierto salvajismo animal y barbárico.
Cuando nos enfrentamos al altiplano con sus cerros inmensos sus paisajes desolados, el silencio de sus habitantes, nos hallamos sumergidos en un mundo misterioso e insoportable que nos hace sentir incómodos, entonces el remedio es el mito de la pulcritud y hablamos del hedor con la intención de agraviar a los que nos miran recelosamente. En América profunda Kusch designa el hedor como un axioma. Los sectores medios intelectuales hablan de un hedor de América, todo lo que está más allá de nuestra híbrida e insustentable ciudad es hedor. Para que ese territorio solucione sus problemas hay que lavar la suciedad e implantar la pulcritud a toda costa, todo hedor debe ser exterminado.
¿Qué pasaría si se tomara en cuenta la dimensión política del hedor? ¿Qué pasaría si se tomara en cuenta su realidad, el tipo humano que lo respalda, su economía o su cultura? ¿Qué instituciones culturales y políticas serían posibles? ¿Qué significaría asumir el hedor, el olor? Tal vez deberíamos pensar-lo como políticas de cuidado, amparo y hospitalidad.
Bibliografía
Kusch, G. R. (1999) Obras Completas II Rosario: Fundación Ross.
Kusch, G. R. (1998) Obras Completas I Rosario: Fundación Ross.
Kusch, G. R. (2003) Obras Completas IV Rosario: Fundación Ross.
Kusch, G. R. (2000) Obras Completas III Rosario: Fundación Ross
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